top of page

En 1903 el escritor alemán Wilhelm Jensen publica su novela “Gradiva: una fantasía pompeyana”. En ella cuenta la historia de un joven arqueólogo, Norbert Hanold, quien ha descubierto en una colección de antigüedades de Roma un bajo relieve que cautiva totalmente su interés. Figura a una joven doncella en el acto de caminar. Por su particular forma de andar, Hanold bautiza a la figura con el nombre de Gradiva, que significa “la que avanza”.

 

El interés del joven arqueólogo por el bajo relieve lo lleva a concentrar sobre él todas sus fuerzas anímicas hasta llegar a traspasar la delgada línea entre la razón y la locura. Primero desde la ciencia y luego desde el delirio construye para ella toda una historia de vida: Gradiva fue una joven pompeyana muerta en la erupción del Vesubio. La ve que camina intacta en medio del desastre, atraviesa serenamente las calles y plazas de la ciudad junto a la multitud que huye despavorida, llega al Templo de Apolo y se recuesta delicadamente sobre las gradas hasta ser cubierta por un pálido manto de ceniza.

 

En el verano de 1906, apenas tres años después de la publicación de la novela de Jensen, Freud escribe su propio análisis de la obra, “El delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de W. Jensen”, una interpretación que se leyó con deleite en los círculos psicoanalíticos de la época. En los decenios siguientes la figura de Gradiva se convierte en uno de los símbolos más emblemáticos del movimiento surrealista. Para Breton, Ernst, Masson y Dalí, Gradiva, con su carácter enigmático y traslúcido a la vez, encarna el flujo libre de la imaginación creativa, la transición material entre el sueño y la realidad, la razón y la locura, la vida y la muerte.

 

Para nosotros “Gradiva” representa la transmutación de la piedra fría e inerte en vida humana; una alegoría acerca del poder de nuestros sueños para abrirse paso hasta hacerse realidad; la fuerza de nuestros deseos que, como un motor inmóvil, es capaz de poner el mundo en movimiento.

GRADIVA Y FREUD

bottom of page